Este artículo examina el papel, a menudo polémico, que la promoción de los derechos humanos ha desempeñado en la política exterior estadounidense en América Latina. Como país que lleva mucho tiempo interviniendo desde el Norte, Estados Unidos ha empleado muchas estrategias diferentes, que a menudo han dado lugar a la elección de participar en los conflictos internos de los países extranjeros en ayuda de uno u otro bando. En cuanto a los derechos humanos, lo cierto es que Estados Unidos no ha adoptado tantos tratados de derechos humanos como muchas otras naciones de América del Sur o Central. En un mundo globalizado y más vinculado que nunca, las naciones están adoptando prácticas de derechos humanos que prometen evitar que se produzcan injusticias como en el pasado, lo que supone una grata ruptura con el pasado violento de América Latina. Por múltiples razones, entre ellas las presiones internas y la creencia en el "excepcionalismo americano", Estados Unidos ha esquivado la plena participación en muchos documentos jurídicos y de derechos humanos internacionales, pero esta práctica ya ha empezado a perjudicar la cooperación internacional y la percepción de los objetivos estadounidenses en el extranjero. El autor concluye su análisis sugiriendo que Estados Unidos reconsidere su anterior desafío a hacer de los derechos humanos un principio de pleno derecho de su política exterior en favor de una nueva postura más cooperativa.
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Los estadounidenses están tan comprometidos con las elecciones y la democracia como el único camino legítimo hacia el poder político que a veces resulta difícil concebir la política por otros medios. Además, los responsables políticos estadounidenses tienden a creer que las elecciones ocupan un ámbito superior de autoridad moral, y esperan que, con los programas de ayuda a la democracia, América Latina y otras zonas en desarrollo "superen" las revoluciones, los golpes de estado, las huelgas generales y otras vías no electorales de acceso al poder. Sin embargo, como indica la cita de Silvert que figura a continuación, las vías no electorales pueden seguir utilizándose especialmente en circunstancias de crisis; además, estos medios extraelectorales pueden gozar tanto de legitimidad como de mandato constitucional. En este artículo ponemos a prueba estas proposiciones tal y como se aplican en América Latina.
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América Latina sigue siendo un caldo de cultivo para los grupos violentos, como lo demuestra el auge de los cárteles de la droga en México y las organizaciones narcoterroristas como las FARC colombianas y Sendero Luminoso peruano. Sin embargo, una cuestión que aún no se ha abordado adecuadamente es si existe la posibilidad de que vuelvan a surgir grupos violentos de orientación ideológica, como el EPP paraguayo o el EPR mexicano. Este artículo ofrece una revisión general de la situación de seguridad en la región, centrándose en los grupos armados violentos y discutiendo hasta qué punto pueden tener una ideología política.
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